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Cinema, English, Español, Mujica Láinez Manuel, Photographers

Manuel Mujica Láinez : Mysterious Buenos Aires

horacio coppola
Horacio Coppola Photographer – Buenos Aires 1936

Misteriosa Buenos Aires ( Mysterious Buenos Aires) is a 1950 book of literary fiction by Manuel Mujica Laínez, containing no fewer that 42 short stories illustrating life in Buenos Aires from the time of its mythical First Foundation, in 1536, to 1904.

The book is ultimately a digest of civilized life on the site of the Great City and one of the prime examples of a key theme in Argentine literature, first invoked by Sarmiento: the dualistic struggle between Civilization and Barbarism.

Mujica Láinez was an Argentine novelist, essayist and art critic, but was preeminently a narrator and enumerator of Buenos Aires, from its earliest colonial times to the present. The society of Buenos Aires, especially high society, its past triumphs and present decadence, its quirks and geographies, its language and lies, its sexual vanities and dreams of love: he relished bringing all this to his elegantly written, quietly ironic, subtly subversive page. He was also a great translator. He translated Shakespeare’s Sonnets and works by Racine, Moliére, Marivaux, and others. In 1982 he received the French’s Legion of Honor

Interview in Spanish language

The final tale, El salón dorado (“The Gold Drawing-room”) has a ruined grande dame of 1904 sitting despairingly in the golden salonof her great mansion, awaiting the auctioneers, “like gray and black animals, like wolves and hyenas around the great bonfire”.

One need not know that there is precisely such a richly appointed “Salón Dorado” in Buenos Aires’ City Hall building to understand that fate has come full circle for the failed Great City, that barbarism has triumphed, that it always does. Mujica Laínez’ cool and urbane tone is slyly deceptive: his manner might be a subtly ironic homage to Octave Feuillet, but his vision is profoundly pessimistic, even chilling, in the classic Spanish desengaño school.

FILM Spanish language :

De la Misteriosa Buenos Aires
Director: A.Fishermann, O.Barney Finn y R.Wullicher
País: Argentina            Año: 1981
Intérpretes: Pablo Brichta, Patricio Contreras, Graciela Dufau, Walter Santa Ana, Iván Grey, Julia Von Grolman, Aldo Barbero

Sinopsis: Tres episodios basados sobre cuentos del libro homónimo de Manuel Mujica Lainez, sobre guiones de los propios directores y la colaboración de Ernesto Schoó.
El hambre: dirigido por Alberto Fisherman con J.J. Chiambretto, Pablo Brichta, José María Gutiérrez, Patricio Contreras.
La pulsera de cascabeles dirigido por Ricardo Wullicher con Walter Santa Ana, Augusto Kretsmar, Eduardo Alonso, Iván Grey.
El salón dorado dirigido por Oscar Barney Finn con Eva Franco, Julia von Grolman, Aldo Barbero, Graciela Dufau.

XLII. EL SALÓN DORADO

1904
“Hace cinco días que la niña Matildita dejó de existir, y el salón dorado en el cual tan poco lugar
ocupaba, trémula con su bordado eterno en el rincón de las vitrinas, parece aún más enorme, como
si la ausencia frágil acentuara la soledad de los objetos allí reunidos, allí convocados
misteriosamente por ese congreso de la fealdad lujosa que se realiza en las grandes salas viejas. Y
sin embargo nada cambió de sido. Nada ha cambiado en el salón de encabritadas molduras, en el
curso de los últimos quince años, desde que a él llevaron el lecho imposible de doña Sabina, todo
decorado con pinturas al «Vernis Martín», y desde que en él se instaló, erguida sobre las almohadas,
la anciana señora. Todo está igual: la chimenea de mármoles y bronces; los bronces y mármoles
distribuidos sobre mesas y consolas; las porcelanas tontas de las vitrinas; los cortinajes de damasco
verde que ciñe la diadema victoriana de las cenefas; y los muebles terribles, invasores, prontos
siempre a la traidora zancadilla, que alternan el dorado con el terciopelo y cuyos respaldos y
perfiles se ahuecan, se curvan, se encrespan y se enloquecen con la prolijidad de los ornamentos
bastardos.
La presencia de la cama ha dejado de inquietar a sus vecinos numerosos. En quince años
tuvieron tiempo de habituarse a ella y al hecho de que su incorporación haya transformado el cuarto
en algo híbrido, algo que no es totalmente ni sala ni dormitorio. Merced a ese traslado, la sala que
sólo se abría de tarde en tarde, para las recepciones, alcanzó una existencia de inesperada novedad.
En ella, a lo largo de tres lustros, tres personas han convivido: doña Sabina en el lecho distante,
como un soberano en su trono; la niña Matildita junto al bastidor, cerca de la chimenea en invierno,
cerca de la ventana cuando el calor apretaba; y Ofelia, el ama de llaves, entrando y saliendo sin
acomodar mucho porque la señora no quiere que toquen sus cosas. Y nadie más: en quince años,
salvo algunas visitas espaciadas, salvo uno que otro médico, nadie ha entrado en la sala de la calle
San Martín. La sordera creciente de doña Sabina terminó por aislarla. Y su carácter también: su
carácter autoritario, egoísta, celoso, quejoso. De tal manera que la vida infundida por las tres
mujeres al ancho aposento, ha sido curiosamente estática, como si ellas también fueran tres muebles
extraños sumados a la barroca asamblea.
La niña Matildita bordaba; la señora leía; Ofelia atizaba el fuego, aparecía con el juego de té de
plata, corría las cortinas al crepúsculo. La niña Matildita bordaba siempre flores y pájaros sobre
unas pañoletas; la señora leía, entre hondos suspiros, novelas que se titulaban Los misterios de la
Inquisición o La verdad de un epitafio o La Marquesa de Bellaflor o La Virgen de Lima. A veces
levantaba los párpados venosos, porque adivinaba a su lado al ama de llaves. Había aprendido a
entender lo que le decían, por el movimiento de los labios. Doña Sabina daba una orden. Ella las
daba todas. Su sobrina –la niña Matildita– nada podía, nada significaba en el salón. Y así durante un
día que se prolongó quince años, desde que la señora sufrió aquel gravísimo ataque que la mantuvo
oscilando catorce meses entre la muerte y la vida, hasta que la vida triunfó y, paralizada, sorda, la
condujeron al salón cuyas ventanas abren sobre la calle San Martín.
La idea fue del doctor Giménez, el médico joven que entonces la atendía. Puesto que no podría
abandonar su aposento, después de tan larga e intensa lucha con la muerte, lo mejor era que pasara
sus horas en el cuarto que más quería, aquel en el cual había concentrado más recuerdos. De esa
suerte no tendría la impresión de estar encerrada en su alcoba, sino de continuar presidiendo su
salón de fiestas. A doña Sabina la idea le gustó. Le gustaba cuanto tendía a rodearla de una aureola
de extravagancia, de capricho, de exclusividad. Eso era ella: exclusiva, distinta. Por ello, en vez de
ceñir su pelo escaso, que el postizo fue sustituyendo, con una cofia, anudaba a él una especie de
turbante de gasa cuyo color cambiaba todos los días.” (continua)

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